II. Viernes, 14 de febrero

¡Estoy harta de tanta hipocresía! Me he pasado el día viendo corazoncitos por todas partes, escaparates repletos de lencería femenina roja y hombres sudorosos empuñando ramos de flores. ¿De verdad, en pleno siglo XXI, seguimos idealizando el amor como un asunto únicamente de pareja? ¿Son esos los roles que seguimos asumiendo? Viendo a Jorge, uno del trabajo, parece que sigamos en la época del cortejo. Le contaba esas cosas en el descanso de los veinte minutos del bocadillo y el tío va y me casca: «Piensas así porque no tienes pareja». ¿No será que no tengo pareja porque pienso así? Y de ser cierto: ¿No hay más personas que crean que el amor es algo más que cenas románticas y bombones una vez al año? Hablando de pienso… Tengo que ir a comprar. Y de paso, bombones.


Rectifico. Hay personas que piensan que el amor es algo más que asumir un rol preestablecido. Me acabo de encontrar con Esther, la viuda que vive en el edificio de la esquina, y me ha dado un saco de pienso para los «michos» de la colonia. Después, con los ojos empañados, me ha contado que Chispi, su gato senior, había fallecido hacía dos días. Rota de dolor, se ha abierto en canal explicándome el vacío que sentía. Cuando deshicimos el octavo abrazo que nos dimos me dijo: «No hay amor más sincero que el que da un animal». Creo que mañana la invitaré a venir conmigo a la colonia.

Me ratifico. A causa de esta estúpida «fiesta», el precio de los bombones es abusivo. Esta noche, castigada sin postre.

No sé por qué papá y mamá no han querido meter un animal en casa. Entiendo que tener un perro es una responsabilidad y también todo ese discurso de que hay que atenderlo, pasearlo y pagar las facturas del veterinario. Lo entiendo perfectamente. Tengo 14 años: no soy una niña. Pero, no sé, si por lo menos adoptásemos a un gato sería diferente. Son astutos e independientes, saben dónde tienen que hacer sus cosas y se lavan ellos mismos. Además, gastan poco y dan mucho. Sobre todo cariño. No hay más que ver a Tizón, el minino de Ana. Cada vez que voy a su casa, viene a frotarse contra mí y luego, apenas me siento, se sube en mi regazo para que lo acaricie. Me da tanta paz… Ana dice que está enamorada de él. Yo, paso de pensar en el amor.