V. Domingo, 9 de marzo

La de ayer fue una de esas jornadas estimulantes en las que siento cómo mi energía se desborda, convirtiéndome en una persona capaz de conseguir todo lo que me proponga y más. Supongo que verme rodeada de personas con las que me une una causa fundamental en mi vida, ayuda. Y no te creas, “Querido Diario”, que estoy hablando de los animales -por lo menos no directamente-: hablo de feminismo. Ayer, en la manifestación, Silvia y yo experimentamos de primera mano el poder del ser humano, la fuerza que tenemos cada uno y que, unida a la de los demás, nos hace mejores. No se trata de formar parte de algo, sino saber que algo forma parte de nosotras. No es sentirte invencible, es que nada va a doblegar ninguno de tus sentimientos. Es sororidad. Todas aquellas mujeres -y por fortuna también algunos hombres- caminábamos en la misma dirección; tal vez a distintos ritmos, pero hacia la misma idea: conseguir la igualdad.

Esta mañana, sin embargo, me he despertado con una sensación agridulce. La eufórica sensación de ayer se ha quedado pegada entre las sábanas, como ideas que mueren en la madrugada o sueños que se disipan con el primer pestañear. “No tiene utilidad volver a ayer, porque entonces era una persona diferente”, dice Alicia a la Tortuga. Supongo que hoy me siento otra porque no paro de pensar que es muy triste que en  pleno s.XXI aún tengamos que manifestarnos. Que se nos obligue a “pelear” cada día por algo que nos corresponde solo por haber nacido, me genera hasta miedo. Miedo, porque parece que tengo que demostrarle algo al mundo, cuando tendría que ser el mundo quien se abriese ante mí, demostrándome que puedo hacer lo que quiera. Esta realidad pensada, escrita, construida y gobernada por hombres blancos heterosexuales, solo piensa en sí misma, retroalimentándose. Porque no solo las mujeres somos tratadas con inferioridad. También lo están las personas con necesidades especiales, los ancianos, los enfermos, el colectivo LGTBIQ+, los animales y hasta el medioambiente.  No sé que pensarán los hombres de todo esto, pero más nos vale que se apunten a remar en la misma dirección. Aunque sea a su propio ritmo.

A veces da miedo mirar a la realidad tan de cerca porque todo lo que estaba ordenado, de repente se desordena. Es como cuando era niña y cogía mis acuarelas para pintar el paisaje de Tarilonte. Siempre empezaba trazando la silueta que formaban las montañas, separando el cielo del suelo, para después colorear cada parte. Después de un rato, cuando creía haber terminado, me daba cuenta que nada era como lo había pintado porque algo había cambiado. Las nubes se habían movido por el cielo, las sombras de las rocas y los árboles tenían otro grosor y los colores del lugar eran diferentes. Aunque todo era igual, parecía que el paisaje hubiese mutado, desordenándose. En el día a día sucede lo mismo. Te levantas, te duchas, desayunas y vas a clase. Aprendes lo que puedes y vuelves a comer. Por la tarde al baloncesto o a estudiar y, después de cenar, si queda tiempo, una serie. Todo parece estar perfectamente ordenado hasta que ocurre algo que lo mueve. A veces es una buena conversación con alguien, normalmente una persona mayor que yo, porque los de mi generación no tienen la cabeza muy asentada. Otras, una canción que te remueve, haciéndote pensar sobre esa misma disposición de las cosas. También leer: sobre todo historia o cualquier cosa relacionada con las mujeres. A menudo me sorprendo viendo que los libros de texto no hablan prácticamente de nosotras. Hay páginas y páginas contando cómo los hombres han montado y desmontado imperios, han matado para ser héroes o han inventado cosas, mientras a nosotras nos dedican pequeños recuadros en la esquina de una página. Y luego está el lenguaje: me parece muy mal cuando se me infantiliza y se me quiere proteger. Es ridículo que los chicos aún piensen que somos débiles; damiselas en apuros que esperan ser rescatadas por un príncipe azul. Nada más lejos. Nos valemos por nosotras mismas y no necesitamos que nadie nos imponga un orden injusto y sexista. Tal vez tengamos que “pelear”, que remar más fuerte que ellos. Tal vez seamos nosotras esas nubes que desordenan el paisaje para cambiarlo. No sé, “el orden de las cosas es un misterio para mí”.