Las incongruencias me matan. Hace unas semanas, en el trabajo, unos cuantos compañeros decidimos ponernos de acuerdo para mejorar nuestras condiciones laborales. Apelar al sindicato no era una opción, ya que sus miembros luchan solo por sus privilegios. El caso es que pedimos una reunión con el jefe directo para mostrarle nuestras quejas y plantearle una especie de plan de mejora. Lo que pedíamos -que digo yo que cae de cajón- era una reorganización de los horarios, un aumento de sueldo -nos pagan el sueldo base y el resto a comisiones, con lo que cotizamos nada y menos- y una ampliación del descanso para la comida que actualmente solo dura 15 minutos. El jefecillo -porque realmente él no pinta nada- nos dijo que hablaría con sus superiores. Unos días después, tres o cuatro compañeras y yo fuimos a preguntarle sobre el “veredicto” de los manda más, y su respuesta fue que “estaban en ello”.
Ayer, justo antes de salir, vino anunciando sus “buenas nuevas”. «Habrá cambios», dijo sin mirarnos. Y después anunció cuáles iban a ser. El resumen, “Querido Diario”, es que nos van a dar 23 eurillos más al mes, 5 minutos más de pausa para comer y nos reducen una jornada del número de días seguidos máximos que podemos trabajar (que actualmente son 9). Entiendo que un call center no debe ser la empresa que más facture del mundo, pero hay que ser miserable para ofrecernos esa porquería. Es como lo del burro y la zanahoria: ponernos un caramelo -que a algunos ya les parece suficiente pues en sus países de origen no tenían ni para comer- para que traguemos como niños.
La incongruencia que te decía, la hemos vivido hoy. Siguiendo eso de la transparencia de los datos, la empresa ha publicado en su intranet el balance del primer trimestre del año. Y mira tú, que los beneficios han crecido un 20%. Nunca he sido la mejor en matemáticas, pero está claro que aquí unos pocos se están llevando mucho a nuestra costa. Para rematar, y esto es más que una incongruencia, a Jorge, el intachable machista de la oficina, lo han ascendido a jefe de sección -la mía-, un puesto que a todas luces correspondía a Iryna por trabajo, veteranía y ventas.
A mí todo esto me hace sentir una piltrafa. Tengo más de cuarenta años, un sueldo irrisorio que apenas me da para el alquiler, mis pocos gastos y la comida de los gatos de la calle, y una carrera guardada en un armario porque nunca pude conseguir un trabajo en lo mío. Y además soy mujer. Como Iryna. La pobre se ha quedado chafadísima.
Voy a llamar a Pablo, a ver si se acerca conmigo a la colonia. Por lo menos, a ver si conseguimos esterilizar a algún gato más. Briguitte maúlla dándome la razón. Creo que poco a poco se está empoderando. La quiero muchísimo.
¡Buf! De nuevo la realidad. Pensar en el futuro, en qué voy a estudiar y de qué acabaré trabajando, me agobia. ¡Es que ya tengo 14 años y aún no me he decidido! Lo de medicina se me puede hacer un poco largo pero, salvar a gente sería espectacular. Porque si escojo ser doctora, nada de pasar consulta y esas cosas: sería cirujana o especialista en algo. También está lo de la Historia, que me encanta, pero apenas tiene salidas laborales. Lo que tiene salida son cosas relacionadas con las mates, economía y turismo, pero es que se me dan tan mal… Y lo del derecho… Me encantaría ser abogada y poder ayudar a quién realmente lo necesita. Defendería a las mujeres que sufren maltrato y discriminación. Lucharía para que sus condiciones laborales fuesen iguales a las de los chicos y que los menores no fuesen explotados. Como aquel que vi en Marruecos. No creo ni que tuviese 12 años y allí estaba, en pleno desierto, ganándose el dinero a cambio de una foto con su dromedario. Que el pobre animal tampoco tendría que estar allí sufriendo con la locura de los turistas. No sé. Ese niño se me viene a menudo a la cabeza. Y ahora también Iryna. Si fuese por mí, conseguiría su ascenso.