No sé si con los hechos marcamos el calendario, o es el calendario el que condiciona lo que hacemos. Tal vez, ni siquiera ni el uno ni los otros tengan relación alguna, o quizás todo esté interconectado, pero no al estilo Coelho, sino al hegeliano. El caso es que hace dos días, el corazón del viejo Mino dejó de latir. Fue un vecino de la colonia quien me llamó para comunicármelo. También me dijo -no sé si para consolarme- que a media tarde lo había visto separarse de los demás, cruzar la calle, e ir al jardín donde tanto le gustaba tomar el sol. Allí, bajo la sombra de un olivo, descansó para siempre.
No sé si seré capaz de expresar, “Querido Diario”, las emociones que se me agolpan por dentro, solapándose. De hecho, no lo voy a hacer hasta que lo acabe de procesar; porque la muerte de un ser querido, al igual que la propia vida, es un proceso que hay que digerir dando cabida a todas las emociones. Que para eso las tenemos. Lo único que puedo anotar aquí, es que lo quería arisco y frágil como era…
Pero, decía, que todo parece estar interconectado. ¿Recuerdas, “Querido Diario”, que hace un par de meses te dije que iba a llevar a Esther, la viuda que vive en el edificio de la esquina, hasta la colonia? Pues lo hice. Fuimos juntas tres o cuatro días. Al principio, me decía que me acompañaba para que no me sintiera tan sola y porque quién sabe que peligros me podía encontrar. ¡Qué cariñosa! Después, fui consciente que también lo hacía por otro motivo: se había enamorado. Lo supe una vez que llegué más temprano a la colonia y la vi acariciando a Giuliano, el pelirrojo grandote. La conexión que los unía era proporcional a la ternura con la que se trataban. Se lo dije. A ambos. Y esta mañana, tras semanas de un tira y afloja constantes con Esther -que me recordó al mío propio cuando adopté a Briguitte-, Pablo y yo se lo fuimos a llevar. No la había visto llorar tanto desde lo de Chispi, su anterior gato; solo que esta vez era de alegría. Mientras Esther le ponía una lata para festejar su llegada, pude ver una foto de ella y su marido junto al sofá. Rollizo y pelirrojo, el hombre sonreía a cámara mientras la abrazaba. Cuando nos despedimos, Esther dijo entre risas :“Este gato va a ser el último hombre de mi vida”. Pablo le contestó: “eso está por ver”.
No sé si con los hechos marcamos el calendario, o es el calendario el que condiciona lo que hacemos. Este viernes, los católicos rememoraban el día de la muerte de Cristo y hoy su resurrección. En mi calendario particular rememoraré la ausencia de Mino y la resurrección de Giuliano y Esther a una nueva y hermosa vida.
Llevo todo el día destemplada y esto me ha removido aún más. Pienso en el abuelo, en cómo se debe sentir desde que la abuela no está con nosotros, en qué significa la soledad no deseada. Porque los ancianos, en el fondo, son como nosotros, los jóvenes. Ambos tenemos que escuchar cómo los adultos nos tratan desde otro plano; como si no supiésemos cómo hacer las cosas. Ambos queremos hacer un montón de cosas que nuestra edad no nos permite. Y ambos, en ocasiones, nos sentimos incomprendidos, solos… y con miedo.
Debe ser hermoso poder pasar la vida con quien amas. También muy duro que esta se te rompa de la noche a la mañana. Me encantaría que mis padres entendiesen que, para mí, tener un animal en mi vida no supondría un capricho de la edad sino la posibilidad de que un ser vivo pudiese tener una vida mejor. Porque está claro que lo rescataría, o me quedaría con uno de una camada no deseada como hizo Ana con Tizón. Me molesta tener que esperar a ser “adulta” cuando ya lo soy. Creo que pasaré a ver al abuelo después del basquet.