XI. Domingo, 20 de abril
No sé si con los hechos marcamos el calendario, o es el calendario el que condiciona lo que hacemos. Tal vez, ni siquiera ni el uno ni los otros tengan relación alguna, o quizás todo esté interconectado, pero no al estilo Coelho, sino al hegeliano. El caso es que hace dos días, el corazón del viejo Mino dejó de latir. Fue un vecino de la colonia quien me llamó para comunicármelo. También me dijo -no sé si para consolarme- que a media tarde lo había visto separarse de los demás, cruzar la calle, e ir al jardín donde tanto le gustaba tomar el sol. Allí, bajo la sombra de un olivo, descansó para siempre. No sé si seré capaz de expresar, “Querido Diario”, las emociones que se me agolpan por dentro, solapándose. De hecho, no lo voy a hacer hasta que lo acabe de procesar; porque la muerte de un ser querido, al igual que la propia vida, es un proceso que hay que digerir dando cabida a todas las emociones. Que para eso las tenemos. Lo único que puedo anotar aquí, es que lo quería arisco y frágil como era… Pero, decía, que todo parece estar interconectado. ¿Recuerdas, “Querido Diario”, que hace un par de meses te dije que iba a llevar a Esther, la viuda que vive en el edificio de la esquina, hasta la colonia? Pues lo hice. Fuimos juntas tres o cuatro días. Al principio, me decía que me acompañaba para que no me sintiera tan sola y porque quién sabe que peligros me podía encontrar. ¡Qué cariñosa! Después, fui consciente que también lo hacía por otro motivo: se había enamorado. Lo supe una vez que llegué más temprano a la colonia y la vi acariciando a Giuliano, el pelirrojo grandote. La conexión que los unía era proporcional a la ternura con la que se trataban. Se lo dije. A ambos. Y esta mañana, tras semanas de un tira y afloja constantes con Esther -que me recordó al mío propio cuando adopté a Briguitte-, Pablo y yo se lo fuimos a llevar. No la había visto llorar tanto desde lo de Chispi, su anterior gato; solo que esta vez era de alegría. Mientras Esther le ponía una lata para festejar su llegada, pude ver una foto de ella y su marido junto al sofá. Rollizo y pelirrojo, el hombre sonreía a cámara mientras la abrazaba. Cuando nos despedimos, Esther dijo entre risas :“Este gato va a ser el último hombre de mi vida”. Pablo le contestó: “eso está por ver”. No sé si con los hechos marcamos el calendario, o es el calendario el que condiciona lo que hacemos. Este viernes, los católicos rememoraban el día de la muerte de Cristo y hoy su resurrección. En mi calendario particular rememoraré la ausencia de Mino y la resurrección de Giuliano y Esther a una nueva y hermosa vida. Llevo todo el día destemplada y esto me ha removido aún más. Pienso en el abuelo, en cómo se debe sentir desde que la abuela no está con nosotros, en qué significa la soledad no deseada. Porque los ancianos, en el fondo, son como nosotros, los jóvenes. Ambos tenemos que escuchar cómo los adultos nos tratan desde otro plano; como si no supiésemos cómo hacer las cosas. Ambos queremos hacer un montón de cosas que nuestra edad no nos permite. Y ambos, en ocasiones, nos sentimos incomprendidos, solos… y con miedo. Debe ser hermoso poder pasar la vida con quien amas. También muy duro que esta se te rompa de la noche a la mañana. Me encantaría que mis padres entendiesen que, para mí, tener un animal en mi vida no supondría un capricho de la edad sino la posibilidad de que un ser vivo pudiese tener una vida mejor. Porque está claro que lo rescataría, o me quedaría con uno de una camada no deseada como hizo Ana con Tizón. Me molesta tener que esperar a ser “adulta” cuando ya lo soy. Creo que pasaré a ver al abuelo después del basquet.
X. Lunes, 14 de abril
Las incongruencias me matan. Hace unas semanas, en el trabajo, unos cuantos compañeros decidimos ponernos de acuerdo para mejorar nuestras condiciones laborales. Apelar al sindicato no era una opción, ya que sus miembros luchan solo por sus privilegios. El caso es que pedimos una reunión con el jefe directo para mostrarle nuestras quejas y plantearle una especie de plan de mejora. Lo que pedíamos -que digo yo que cae de cajón- era una reorganización de los horarios, un aumento de sueldo -nos pagan el sueldo base y el resto a comisiones, con lo que cotizamos nada y menos- y una ampliación del descanso para la comida que actualmente solo dura 15 minutos. El jefecillo -porque realmente él no pinta nada- nos dijo que hablaría con sus superiores. Unos días después, tres o cuatro compañeras y yo fuimos a preguntarle sobre el “veredicto” de los manda más, y su respuesta fue que “estaban en ello”. Ayer, justo antes de salir, vino anunciando sus “buenas nuevas”. «Habrá cambios», dijo sin mirarnos. Y después anunció cuáles iban a ser. El resumen, “Querido Diario”, es que nos van a dar 23 eurillos más al mes, 5 minutos más de pausa para comer y nos reducen una jornada del número de días seguidos máximos que podemos trabajar (que actualmente son 9). Entiendo que un call center no debe ser la empresa que más facture del mundo, pero hay que ser miserable para ofrecernos esa porquería. Es como lo del burro y la zanahoria: ponernos un caramelo -que a algunos ya les parece suficiente pues en sus países de origen no tenían ni para comer- para que traguemos como niños. La incongruencia que te decía, la hemos vivido hoy. Siguiendo eso de la transparencia de los datos, la empresa ha publicado en su intranet el balance del primer trimestre del año. Y mira tú, que los beneficios han crecido un 20%. Nunca he sido la mejor en matemáticas, pero está claro que aquí unos pocos se están llevando mucho a nuestra costa. Para rematar, y esto es más que una incongruencia, a Jorge, el intachable machista de la oficina, lo han ascendido a jefe de sección -la mía-, un puesto que a todas luces correspondía a Iryna por trabajo, veteranía y ventas. A mí todo esto me hace sentir una piltrafa. Tengo más de cuarenta años, un sueldo irrisorio que apenas me da para el alquiler, mis pocos gastos y la comida de los gatos de la calle, y una carrera guardada en un armario porque nunca pude conseguir un trabajo en lo mío. Y además soy mujer. Como Iryna. La pobre se ha quedado chafadísima. Voy a llamar a Pablo, a ver si se acerca conmigo a la colonia. Por lo menos, a ver si conseguimos esterilizar a algún gato más. Briguitte maúlla dándome la razón. Creo que poco a poco se está empoderando. La quiero muchísimo. ¡Buf! De nuevo la realidad. Pensar en el futuro, en qué voy a estudiar y de qué acabaré trabajando, me agobia. ¡Es que ya tengo 14 años y aún no me he decidido! Lo de medicina se me puede hacer un poco largo pero, salvar a gente sería espectacular. Porque si escojo ser doctora, nada de pasar consulta y esas cosas: sería cirujana o especialista en algo. También está lo de la Historia, que me encanta, pero apenas tiene salidas laborales. Lo que tiene salida son cosas relacionadas con las mates, economía y turismo, pero es que se me dan tan mal… Y lo del derecho… Me encantaría ser abogada y poder ayudar a quién realmente lo necesita. Defendería a las mujeres que sufren maltrato y discriminación. Lucharía para que sus condiciones laborales fuesen iguales a las de los chicos y que los menores no fuesen explotados. Como aquel que vi en Marruecos. No creo ni que tuviese 12 años y allí estaba, en pleno desierto, ganándose el dinero a cambio de una foto con su dromedario. Que el pobre animal tampoco tendría que estar allí sufriendo con la locura de los turistas. No sé. Ese niño se me viene a menudo a la cabeza. Y ahora también Iryna. Si fuese por mí, conseguiría su ascenso.
IX. Jueves, 3 de abril
Briguitte ya es oficialmente Briguitte. Así lo dice su registro en el ayuntamiento y su cartilla veterinaria. Está revisada, chipada, vacunada, desparasitada y… muy atemorizada. De hecho, en los primeros días casi no salía del baño. Ha habido un momento en que me he cuestionado si había hecho bien en traérmela a casa. Llamé a Alba y me explicó el riesgo de intentar introducir en una casa a un gato feral. Los gatos que se crían en la calle, deambulan entre uno y tres kilómetros a la redonda. Es así como satisfacen su instinto de caza, su curiosidad innata y también cómo procuran alimento si no hay nadie que les dé de comer en un punto concreto. Aquellos que están sin esterilizar, también buscan a las hembras en celo. Por eso, introducirlos en pequeños pisos puede resultarles algo traumático, hasta el punto de tener que devolverlos a la calle si no se adaptan. Eso es ser feral. “Dale un tiempo”, me dijo Alba. Casi llorando, llamé a Pablo y su respuesta fue similar, solo que él me alentó a tener paciencia y a hacer pequeños cambios en casa. Por eso, hoy me he traído de la ciudad varios rascadores, un par de camas y tres o cuatro juguetes para estimularla. Ha bastado que le enseñase un plumero para que me siguiese fuera del baño. Ahora, mientras escribo tumbada encima de la cama, noto cómo su mirada se me clava desde las jambas de la puerta. Pablo dice que, pronto, seguro que se sube a mi regazo. ¡Ah, por cierto! Hace dos días fue mi cumpleaños así que hoy me canto: “Feliz no-cumpleaños, feliz no-cumpleaños, a mí, a mí”. No sé por qué, pero me imagino a esta chica saltando y bailando muy a menudo. Por lo menos cuando se sale con la suya. Yo, que soy arrítmica perdida, prefiero contenerme… Aunque ahora que nadie me ve, voy a poner una de Queen.
VIII. Domingo, 30 de marzo
¡Uyuyuyyy, “Querido Diario”! ¡Cuantas cosas me han pasado desde la última vez que escribí. ¿Por dónde empiezo? “Empieza por el principio y sigue hasta llegar al final; allí te paras”, como dijo el Rey de Alicia. Los días libres fueron una locura. Con Silvia, genial, como siempre. Habrás deducido que para mí es importante, no digo un “alma gemela” porque no me gusta esa expresión y, además, no pega con nosotras. Nosotras somos más bien, ¿cómo decirlo?: dos mundos reflejados en un espejo. Tan diferentes que nos compenetramos a la perfección; sin más ataduras que querer estar cuando queremos estar; que nos empujamos hacia los sueños y nos frenamos ante los precipicios. En definitiva, una persona que no me obliga a partirme, sino que me acepta tal y como soy… Esto me recuerda al libro de la chica esta, ¿cómo se llamaba? Andrea algo. Y el libro, “Nosotros hasta el fin del mundo”. No. “Te espero en el fin del mundo”, ¡eso! La relación de los personajes era muy similar a la de estas dos chicas: dos personas unidas por un auténtico amor, pero cuyos intereses son diferentes, y aún así permanecen juntas a lo largo del tiempo. Bueno, el libro era un romance y no sé yo si estas acabarán siendo pareja. …Pues eso. Que al día siguiente de que llegase -por cierto, cómo me quedaron las berenjenas-, nos fuimos hasta la Protectora del pueblo para hablar de la colonia. Alba, la encargada, nos dijo que, en cuanto pudiera, iría a poner las jaulas trampa para poder coger a los gatos, esterilizarlos y retornarlos al lugar. Con respecto a mi teoría sobre el animal “desaparecido” -Mino y el tercer Rodolfo ya han vuelto, pero no la Rosi-, me dijo que, por desgracia, no podía hacerse nada. Tan solo denunciar al energúmeno del vecino si tuviésemos pruebas (luego volveré a esto). El caso es que, estando de charleta, apareció por allí un chaval, de nombre Pablo, muy simpático él, que ya había visto por el pueblo adelante con un par de perros. Se ve que el susodicho, a ratos libres, también iba a poner jaulas. De hecho, el pobre llegaba cargado con un precioso ejemplar que deambulaba por su barrio. No sé que mosca le picó a Silvia pero, al momento, ya tenía su número de teléfono y ya le había hecho comprometerse para que me ayudase con la colonia… Vaya, vaya. Aquí huele a romance. Esta Silvia está en todo. Vamos a ver. Esto fue el pasado jueves. Tres días después -sí, el domingo- me llamó para quedar esa misma tarde. Cuando volví del trabajo, fuimos hasta la colonia, pusimos la jaula y a los cinco minutos ¡paf! Batman entre rejas. Pero no solo eso. El famoso vecino salió de su casa para incordiarnos y, gracias al talante de Pablo -la verdad es que tiene mano para moderar una discusión- pude llegar a un acuerdo con él. Yo alimentaré a los gatos en otro lugar de la calle y él se compromete a no tocarles ni un pelo. ¡Todo grandes noticias! Estos dos fijo que acaban juntos. Se ve venir de lejos. Y que compartan ese amor por los mininos, la verdad es que es muy chulo. A ver, que aún hay escrito algo más. Pero queda una más. La más gorda. Ya nos estábamos yendo con Batman a cuestas, cuando apareció la preciosa persa Briguitte. Le conté a Pablo que la gata siempre me seguía un tramo de la calle, cada vez más lejos, como acompañándome a casa. Él me recordó algo que ya sabía: que nosotros no escogemos a los gatos, sino ellos a nosotros. Después de cinco días dándole vueltas, ayer lo llamé y vino hasta la colonia. No hizo falta jaula ninguna, Briguitte entró en el pequeño transportín y ahora está en el baño de mi casa. Mañana la llevaré al veterinario, le pondré el chip, haré el papeleo y oficialmente la habré adoptado. Así que, “Querido Diario”, desde ahora seremos dos a escribirte. ¡Miau! ¡Lo sabía! ¡Estaba claro que iba a acabar adoptando un gato! Es que no me parecía ni medio normal. ¿Vas a alimentar una colonia entera y no tienes ningún animal en casa? ¡Bien por ella! Y que envidia… ¡Yo también quiero que un gato me elija!
VII. Miércoles, 19 de marzo
“Querido Diario”: hoy voy a ir rápido porque tengo mil cosas que hacer. Dentro de un par de horas vendrá Silvia a pasar un par de días (qué suerte que nuestros turnos rotativos por fin hayan coincidido) y tengo que preparar la cena: una quiche de espinacas y queso, y unas berenjenas rellenas de champiñones y tofu. A lo mejor lo acompañamos con un poco de vino; ya veremos. En la colonia siguen sin venir los tres desaparecidos -creo que mañana me acercaré a la Protectora a ver si me pueden ayudar-, pero han vuelto los bandoleros: Batman, Judas y Calcetines. Además, en los últimos días, Briguitte no deja de seguirme cada vez más lejos. Por el resto, bien. Salvo en el “curro” (Ya te contaré). Bueno, te dejo que voy a llamar a mi padre para felicitarle el día. Que aunque yo pase de estas “fiestas” señaladas, sé que a él le importa. Y además le quiero muchísmo. Tengo mucha suerte de que mi padre esté en mi vida. El de Ana les abandonó cuando su hermano acababa de nacer y nunca más supo de él. Ella tenía tres años y aún hoy parece sentir el dolor de su ausencia. O más bien la rabia, porque es sacar el tema y se pone enferma. Dolor es el de Javi, el chico ese de clase que perdió al suyo en un accidente de coche. ¡Me genera tanta impotencia que todos se metan con él! En el fondo le tienen envidia porque es muy imaginativo. Además sabe un montón de cosas, aunque en clase no sea capaz de participar. Yo creo que es tan introvertido porque es muy sensible. Supongo que lo de su padre tampoco le habrá ayudado. Recuerdo que una vez, en uno de los debates sobre la inmigración, ¿o era sobre la explotación?, no, seguro que era sobre la inmigración por lo de la patera. Él dijo que ninguno de nosotros podía ponerse en la piel de un niño que es empujado a cambiar de vida, meterse en una lancha con un montón de personas más y que, cuando están llegando a la costa, tiene que ver morir a un familiar porque una ola se lo ha llevado. Está claro que haber perdido a su padre le ha marcado. No me quiero imaginar cómo me sentiría yo, o mamá, si a mi padre le pasase algo. A veces no valoramos lo suficiente las cosas que tenemos. Yo, por fortuna, tengo unos padres que se preocupan por mí, que me apoyan en casi todo lo que hago y que siempre me han estimulado para aprender cosas nuevas. Obviamente tienen sus defectos, como todo el mundo, pero siempre están ahí. Y, no sé, me da vergüenza decírselo. Voy a aprovechar la excusa del día del padre para darle un abrazo. Pero solo uno, que si no después se acostumbra.
VI. Viernes, 14 de marzo
Llevo cinco años yendo a terapia para intentar reconstruirme, ser mejor persona y aprender a cuidarme y mimarme a mí misma. Una de las mil cosas que me gustaría cambiar es convertirme en impermeable a los estereotipos. Pero hoy, para mi desgracia, he podido comprobar cómo se cumplían dos de los topicazos más clásicos de los pueblos: “siempre hay alguien que mira” y “todos callan”. No quiero decir que las ciudades estén libres de estos males: de hecho, gracias a que ahora nos monitorizan por lugares públicos y privados, aunque nadie mire, todo queda registrado. Con lo de callar sucede algo similar: en las urbes, cada uno va a la suya y solo se sienta a hablar, en el mejor de los casos, con sus seres más cercanos -sean sus familiares, amigos o hasta sus peludos-. El resto del tiempo se rige por palabrería banal y complaciente, cuando no por despotricar, desde el anonimato, a través de las redes sociales. Pero a lo que iba. Hoy, en la colonia, no han aparecido todos los michos. Hicieron acto de presencia dos de los Rodolfos, el pelirrojo Giuliano, Junior y, un poco más tarde, Briguitte. Batman, Calcetines y Judas, tres machos escurridizos que aún no hemos podido esterilizar, llevan varios días sin venir a comer. Entiendo que, siendo época de celo, andarán buscándose a una hembra. Pero lo preocupante es que no hayan venido ni Rosi, ni el tercer Rodolfo, ni el anciano Mino. El caso es que me he puesto a preguntar a algunos vecinos y me han dicho que no sabían nada. He de decirte que, tras 43 años conviviendo con el ser humano, he aprendido a detectar cuando alguien miente. Soy consciente del debate con respecto a las colonias. Para algunos, tener gatos correteando por la calle o metiéndose en sus jardines y casas, no es nada agradable. Dicen que son como las ratas: una plaga que extiende todo tipo de bichos a sus perros y gatos, y que, además, pueden provocar accidentes de tráfico. Algunos de estos, también temen que sus gatas tengan una camada indeseada. Eso sí, dejan que las mininas se paseen libremente y, cuando se quedan embarazadas, nos piden que ayudemos con las crías. Una colonia existe porque las personas no nos hacemos cargo de las camadas, porque abandonamos gatos por mil razones irracionales y porque no los esterilizamos. Por eso es tan importante aplicar el método CER que, “Querido Diario”, se basa en la Captura, Esterilización y Retorno del animal. Luego, claro, hay que alimentarlos; porque como seres vivos, lo moralmente correcto es que los respetemos y logremos un equilibrio vital para con ellos. Sin duda, es mejor que exista un lugar donde los gatos se agrupen y no que no tengan que merodear. Pues está claro que, en la colonia a la que acudo cada día, no todos los vecinos piensan igual. Hay uno en concreto que, en su día, en una acalorada discusión que tuvimos, amenazó con “deshacerse” de ellos a su manera. Hoy, ese mismo tipo, calló cuando le pregunté por los gatos “desaparecidos”. Como dice Nietzsche, “cuando tienes algo que decir, el silencio es una mentira”. Me sabe mal decirlo pero, ahora, voy a tener que ser yo la que ejerza como el Gran Hermano de las ciudades, “monitorizándolo”. Si “Siempre hay alguien que mira”, pues conseguiré que alguien hable. Perdón, “Querido Diario”, hoy se me ha quedado un poco largo pero, a veces, una es incapaz de resumirlo todo en pocas palabras. La próxima intentaré ser más concisa. Tengo que preguntarle a Ana sobre la historia de su gato Tizón. Yo creo que me dijo que lo había adoptado, pero no sé si fue a buscarlo a una Protectora o se lo dio alguien. En fin, lo que escribe esta chica es increíble. Voy a buscar en internet algo más sobre el método CER.
V. Domingo, 9 de marzo
La de ayer fue una de esas jornadas estimulantes en las que siento cómo mi energía se desborda, convirtiéndome en una persona capaz de conseguir todo lo que me proponga y más. Supongo que verme rodeada de personas con las que me une una causa fundamental en mi vida, ayuda. Y no te creas, “Querido Diario”, que estoy hablando de los animales -por lo menos no directamente-: hablo de feminismo. Ayer, en la manifestación, Silvia y yo experimentamos de primera mano el poder del ser humano, la fuerza que tenemos cada uno y que, unida a la de los demás, nos hace mejores. No se trata de formar parte de algo, sino saber que algo forma parte de nosotras. No es sentirte invencible, es que nada va a doblegar ninguno de tus sentimientos. Es sororidad. Todas aquellas mujeres -y por fortuna también algunos hombres- caminábamos en la misma dirección; tal vez a distintos ritmos, pero hacia la misma idea: conseguir la igualdad. Esta mañana, sin embargo, me he despertado con una sensación agridulce. La eufórica sensación de ayer se ha quedado pegada entre las sábanas, como ideas que mueren en la madrugada o sueños que se disipan con el primer pestañear. “No tiene utilidad volver a ayer, porque entonces era una persona diferente”, dice Alicia a la Tortuga. Supongo que hoy me siento otra porque no paro de pensar que es muy triste que en pleno s.XXI aún tengamos que manifestarnos. Que se nos obligue a “pelear” cada día por algo que nos corresponde solo por haber nacido, me genera hasta miedo. Miedo, porque parece que tengo que demostrarle algo al mundo, cuando tendría que ser el mundo quien se abriese ante mí, demostrándome que puedo hacer lo que quiera. Esta realidad pensada, escrita, construida y gobernada por hombres blancos heterosexuales, solo piensa en sí misma, retroalimentándose. Porque no solo las mujeres somos tratadas con inferioridad. También lo están las personas con necesidades especiales, los ancianos, los enfermos, el colectivo LGTBIQ+, los animales y hasta el medioambiente. No sé que pensarán los hombres de todo esto, pero más nos vale que se apunten a remar en la misma dirección. Aunque sea a su propio ritmo. A veces da miedo mirar a la realidad tan de cerca porque todo lo que estaba ordenado, de repente se desordena. Es como cuando era niña y cogía mis acuarelas para pintar el paisaje de Tarilonte. Siempre empezaba trazando la silueta que formaban las montañas, separando el cielo del suelo, para después colorear cada parte. Después de un rato, cuando creía haber terminado, me daba cuenta que nada era como lo había pintado porque algo había cambiado. Las nubes se habían movido por el cielo, las sombras de las rocas y los árboles tenían otro grosor y los colores del lugar eran diferentes. Aunque todo era igual, parecía que el paisaje hubiese mutado, desordenándose. En el día a día sucede lo mismo. Te levantas, te duchas, desayunas y vas a clase. Aprendes lo que puedes y vuelves a comer. Por la tarde al baloncesto o a estudiar y, después de cenar, si queda tiempo, una serie. Todo parece estar perfectamente ordenado hasta que ocurre algo que lo mueve. A veces es una buena conversación con alguien, normalmente una persona mayor que yo, porque los de mi generación no tienen la cabeza muy asentada. Otras, una canción que te remueve, haciéndote pensar sobre esa misma disposición de las cosas. También leer: sobre todo historia o cualquier cosa relacionada con las mujeres. A menudo me sorprendo viendo que los libros de texto no hablan prácticamente de nosotras. Hay páginas y páginas contando cómo los hombres han montado y desmontado imperios, han matado para ser héroes o han inventado cosas, mientras a nosotras nos dedican pequeños recuadros en la esquina de una página. Y luego está el lenguaje: me parece muy mal cuando se me infantiliza y se me quiere proteger. Es ridículo que los chicos aún piensen que somos débiles; damiselas en apuros que esperan ser rescatadas por un príncipe azul. Nada más lejos. Nos valemos por nosotras mismas y no necesitamos que nadie nos imponga un orden injusto y sexista. Tal vez tengamos que “pelear”, que remar más fuerte que ellos. Tal vez seamos nosotras esas nubes que desordenan el paisaje para cambiarlo. No sé, “el orden de las cosas es un misterio para mí”.
IV. Sábado, 1 de marzo
Hola “Querido diario” y todo eso… Tengo que anotar esto porque si no voy a explotar. Acabo de ver el telediario (no sé por qué me inflijo este tipo de torturas psicológicas) y se me ha atragantado el salmorejo. Abría las noticias la reacción que el “nuevo” Presidente de Estados Unidos tuvo con Zelenski en la reunión de la pasada madrugada. No voy a decir que no entiendo de política. De hecho, absolutamente todos entendemos de política; o por lo menos, como decía Aristóteles, tenemos el deber de hacerlo en cuanto ciudadanos que somos. Por eso no me cabe en la cabeza cómo la mayoría de una sociedad -la estadounidense- ha sido capaz de elegir a un retrógrado, enajenado y violento ser como su representante. Porque el problema no es él -que lo es por sus estrambóticas decisiones, sus mensajes sexistas y racistas, y por todas las guerras que su país sigue alentando-; sino esas personas que apoyan sus ideas. Supongo que el “ojos que no ven”, tan desfasado, ha calado en su cultura hasta mancharles la moral. Ya me gustaría ver cómo reaccionarían si fuesen ellos los que perdiesen su casa por culpa de una bomba tirada por un dron, viviesen sin agua caliente y electricidad, o se quedasen sin acceso a alimentos y medicinas. Pero no: aquí lo que importa es seguir con las guerras, humillar a las víctimas y favorecer que los demás asolen el planeta y a sus ciudadanos, mientras ellos se toman un café. Pero, sinceramente, para mí lo peor es cuando pienso en los animales de Palestina, Ucrania, Sudán y tantos otros países. ¡Es que me hierve la sangre! Los llaman “daños colaterales” como si fuesen objetos y no seres. ¡Es increíble! En fin, “Querido Diario”, que no hay nada que hacerle. Ahora que ya me he desahogado, voy a preparar las cosas para ir hasta la colonia. Por desgracia, esa es otra “guerra” silenciosa a la que muchos también aplican el “ojos que no ven”. Pero antes, me voy a preparar un buen café. ¿Por qué no nos plantearán estas cuestiones en el colegio? Que está muy bien eso de debatir sobre el uso del móvil en clase o los pros y contras de la Inteligencia Artificial pero, ¿qué sabemos sobre lo que está pasando más allá de nuestras fronteras? Menos mal que Ana y yo solemos leer los periódicos, contrastamos la información y vamos un poco más allá, porque si tenemos que esperar a que sean los “profes” quienes nos pongan al día, estamos apañados. Yo no sé si están aburridos de nosotros o están mal por lo que les pagan, pero la mayoría se pasan todo el tiempo enseñándonos conceptos del libro en lugar de motivarnos a aprenderlos por nosotros mismos. El de Historia, por ejemplo, venga a remarcarnos la importancia de las fechas y que si reinó este o hubo la guerra de tal. ¿Qué importancia tiene que me aprenda la fecha de una guerra de hace mil quinientos años si no me explican qué está pasando en Ucrania? Porque las guerras siempre han existido. Y de lo que no se habla es de los civiles; de las mujeres y niños que murieron sin sentido. Y tampoco de los animales. “Daños colaterales” ¡Qué injusto! Es increíble que un diario así pueda hacerme pensar más que lo que me cuente un “profe”. Está claro que es más real. Por si acaso el lunes en “Debate” sacan el tema de Trump y Zelenski, voy a buscar algo de información. Cruzo dedos para que no me toque defender al “retrógrado enajenado”.
III. Martes, 18 de febrero
Hoy ha sido uno de esos días que, en vez de llenarme de cosas, me he ido vaciando progresivamente. Hasta que llegué a la colonia. Fue doblar la esquina y ver asomar bajo un coche la cara de Rosi, la hembra tricolor más activa. Sus maullidos de alegría enseguida congregaron a la mayoría. Junior, un hermoso gato azul de mirada cristalina precedía a los Rodolfos, el trío de hermanos negros únicamente distinguibles por el tamaño de sus panzas. Detrás, y cerrando la comitiva estaba Mino, quien se aproximaba con su paso envejecido ante la atenta mirada de Briguitte, una persa que tiene un lunar junto al bigote. Mientras repartía bandejas con pienso, comida húmeda y agua, hice balance del estado del grupo. La cola despellejada del Rodolfo «mediano» parecía estar mejor, pero el «pequeño» parecía estar más delgado. A él le ofrecí más lata, pero el Rodolfo «grande» enseguida lo apartó. Es difícil controlar lo que come cada uno porque, por lo general, necesitan que los humanos nos apartemos para hacerlo con tranquilidad. Incluso conmigo, que me conocen desde hace un par de años. Hace un par de años que llegué a este pueblo, cansada de tanta ciudad, Pese a ser un lugar bastante grande, el movimiento cotidiano es más leno que el caos metropolitano, ya que este es un lugar esencialmente de segundas residencias y solo se llena en verano. El resto del año, una se despierta con el piar de los pájaros y se acuesta con los ladridos del perro del vecino. Otro mundo. La cruz, sin embargo, es que el número de gatos callejeros es muy elevado y las colonias se extienden cada dos manzanas. La mía, está a tres calles. Haré lo posible porque sus «habitantes» estén lo mejor posible. Hoy, cenaré lentejas. No sé si me gustaría vivir en un pueblo. Sé que, cada vez que voy, me siento en paz; pero quizás es porque lo asocio con las vacaciones, el buen tiempo y el estar con la familia y amigos que solo vez una vez al año. Vivir todo el año en un sitio tan pequeño… No sé yo. Leyendo el diario de esta chica me vienen recuerdos de los veranos en el pueblo y, en muchos de esos recuerdos, como si fuese Hitchock en sus películas, se me empiezan a colar gatos. Uno que cruzaba la carretera mientras nos dirigíamos a la playa. Otro par tumbados junto al camposanto de la iglesia, tomando el sol a mediodía. Y alguno huyendo de los cubos de basura cuando nos acercábamos a tirarla. Es curioso cómo funciona la mente. Aquello que me parecía natural, ahora me hace pensar en si aquellos animales tenían casa, si alguna persona los alimentaba: si alguien los cuidaba. Me han entrado ganas de comer lentejas.
II. Viernes, 14 de febrero
¡Estoy harta de tanta hipocresía! Me he pasado el día viendo corazoncitos por todas partes, escaparates repletos de lencería femenina roja y hombres sudorosos empuñando ramos de flores. ¿De verdad, en pleno siglo XXI, seguimos idealizando el amor como un asunto únicamente de pareja? ¿Son esos los roles que seguimos asumiendo? Viendo a Jorge, uno del trabajo, parece que sigamos en la época del cortejo. Le contaba esas cosas en el descanso de los veinte minutos del bocadillo y el tío va y me casca: «Piensas así porque no tienes pareja». ¿No será que no tengo pareja porque pienso así? Y de ser cierto: ¿No hay más personas que crean que el amor es algo más que cenas románticas y bombones una vez al año? Hablando de pienso… Tengo que ir a comprar. Y de paso, bombones. Rectifico. Hay personas que piensan que el amor es algo más que asumir un rol preestablecido. Me acabo de encontrar con Esther, la viuda que vive en el edificio de la esquina, y me ha dado un saco de pienso para los «michos» de la colonia. Después, con los ojos empañados, me ha contado que Chispi, su gato senior, había fallecido hacía dos días. Rota de dolor, se ha abierto en canal explicándome el vacío que sentía. Cuando deshicimos el octavo abrazo que nos dimos me dijo: «No hay amor más sincero que el que da un animal». Creo que mañana la invitaré a venir conmigo a la colonia. Me ratifico. A causa de esta estúpida «fiesta», el precio de los bombones es abusivo. Esta noche, castigada sin postre. No sé por qué papá y mamá no han querido meter un animal en casa. Entiendo que tener un perro es una responsabilidad y también todo ese discurso de que hay que atenderlo, pasearlo y pagar las facturas del veterinario. Lo entiendo perfectamente. Tengo 14 años: no soy una niña. Pero, no sé, si por lo menos adoptásemos a un gato sería diferente. Son astutos e independientes, saben dónde tienen que hacer sus cosas y se lavan ellos mismos. Además, gastan poco y dan mucho. Sobre todo cariño. No hay más que ver a Tizón, el minino de Ana. Cada vez que voy a su casa, viene a frotarse contra mí y luego, apenas me siento, se sube en mi regazo para que lo acaricie. Me da tanta paz… Ana dice que está enamorada de él. Yo, paso de pensar en el amor.